miércoles, 21 de enero de 2009

No Teman a los que matan el cuerpo


¿Qué significa ser misionero?


“El llamado a ser discípulos misioneros nos exige una decisión clara por Jesús y su Evangelio, coherencia entre la fe y la vida, encarnación de los valores del Reino, inserción en la comunidad y ser signo de contradicción y novedad en un mundo que promueve el consumismo y desfigura los valores que dignifican al ser humano”


(Aparecida, mensaje final nº2).



El mundo gira en torno a una sociedad consumista e individualista, donde el yo está por sobre el y el ellos. Misionar en un mundo así no es tarea fácil. Misionar es sinónimo de llevar el Evangelio a lugares donde no ha llegado y si lo ha hecho, no ha sido de la mejor manera o bien acogido. El camino es largo y muchas veces fatigoso. Caminar por eternos senderos que mueren al borde de la última casa que se pueda encontrar, recibe su recompensa en manos de Dios, en momentos en que más se necesita.


La respuesta de los residentes no siempre es la mejor o la que se espera. Van de una muy buena acogida al cierre de la puerta en la propia cara. Es más, que de adentro griten: ¡no hay nadie! Ahí es donde las fuerzas comienzan a flaquear y el entusiasmo a decaer.


La vida del misionero es admirable. Es harto lo que aguanta y mucho más lo que recibe de la gente que acepta trabajar con ellos en las misiones. La tarea de llevar la Buena Nueva, es de los apóstoles y del Espíritu Santo que habla a través de ellos, y a través de ellos, llega a los misionados.


En las Sagradas Escrituras, encontramos varias referencias con respecto a la Misión. La palabra misión, significa: envío. Jesús es el primer enviado por el Padre. Dios misericordioso se hizo hombre e igual a todos menos en el pecado, para anunciar la Buena Nueva a los pobres, afligidos y desamparados. En esta oportunidad, tomaré las citas que dicen relación con la misión de los Apóstoles (Mt 10. 5ss; 28, 16ss). Hoy es tarea nuestra seguir con la misión de los apóstoles. Ese es el legado que nos deja Cristo Resucitado. “Hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt 28, 19). La Evangelización supone un compartir, supone participar de las experiencias en comunidad, para así lograr encontrar la presencia de Cristo en las vivencias personales y alcanzar, de esta manera, la conversión espiritual. El Padre envió a su hijo Jesús, Jesús envió a los apóstoles, y hoy en tarea de la Iglesia seguir enviando misioneros.


La advertencia de Jesús es clara, “…miren que los envío como ovejas en medio de lobos; sean, pues, precavidos como la serpiente, pero sencillos como la paloma” (Mt 10, 16). En las misiones, podemos encontrarnos con todo tipo de personas. Habrá quienes nos critiquen y juzguen, quienes no entiendan mucho y sean como la semilla que cayó entre espinos, o quienes acojan la Palabra y la haga suya. Éste último es el ideal, pero no se puede tapar el sol con un dedo. El camino es largo y fatigoso pero no hay nada más reconfortante que sentirse amados por Dios y gracias a ello, encontrar la tan anhelada paz interior.


En el texto de Aparecida, se nos menciona que un discípulo misionero debe ser signo de contradicción. Esto no significa que debe andar por la vida a punta de objeciones, sino más bien, que debe tener un espíritu crítico hacia la corrección, a denunciar lo denunciable y hacer de este mundo un lugar más ameno y mejor. “Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, por que de ellos es el Reino de los Cielos” (Mt. 5, 10).


Jesús nos invita a través del evangelista Lucas, a estar preparados para todo tipo de encuentros. No hay que temer al hombre, sino a Dios. Pero ¡ojo! “quien 'teme' a Dios ¡no tiene miedo! El temor de Dios que las Escrituras definen como 'el principio de la verdadera sabiduría' coincide con la fe en Él, con el respeto sacro por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo. No 'tener temor de Dios' equivale a ponerse en su lugar, sentirse dueños del bien y del mal, de la vida y de la muerte. Por el contrario, quien teme a Dios experimenta en sí la seguridad del niño en brazos de su madre: quien teme a Dios está tranquilo incluso en medio de las tempestades, pues Dios, como Jesús nos ha revelado, es un Padre lleno de misericordia y de bondad. Quien le ama no tiene miedo (Papa Benedicto XVI).


Cuando en medio de alguna misión nos encontremos con hipócritas y falsos devotos, cuidarse de ellos, dice Jesús (Lc 12, 1b). Pues querrán condenarnos, juzgarnos, perseguirnos, quizá. La invitación es a no temerle a ellos, ni tampoco tomar la justicia por nuestras manos, pues es Aquel que tiene el poder de salvarnos o condenarnos y enviarnos al infierno (Stgo 4, 12 Lc 12, 5).


Vivir valientemente la fe, es tarea de todo católico, pero vivir una fe verdadera y no una fe acomodada a nuestros intereses y acciones. Una fe acomodada, es una fe falsa que satisface nuestro sentir y pensar. Una fe falsa es la que nos sana el cuerpo, pero no el alma, y es ahí donde estamos invitados a la conversión que, por cierto, no es de un día para otro. Puede acarrear convencimiento temporal de las actividades que se realicen a favor de los desposeídos. Por qué convencimiento temporal y no total y permanente. Pues bien, es importante reconocer la satisfacción que genera ayudar, misionar, sobre todo en el sistema que estamos insertos, pero también resulta interesante descubrir momentos de crisis. Suena irrisorio y paradójico, pero así es. Por que es necesario pasar por momentos de crisis en los que dudamos de lo que estamos haciendo y pensamos: “¿Estará bien esto?”. O simplemente nos cuesta mucho hacer oración o quizá las actividades que comúnmente realizábamos a favor de los necesitados se vuelven monótonas y no nos animan a continuar. Cuando todo se ve perdido es cuando Dios, tan amoroso y misericordioso, nos toma de la mano y nos conduce a la conversión madura, a una fe verdadera. Dios jamás va a dejarnos de lado y si es necesario ser perseguidos por su causa y sufrir a más no poder, tranquilidad, pues en esos momentos, será el Espíritu Santo quién hablará por nosotros (Lc 12, 11-12). Pues, el que se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga a la gloria de su Padre con los santos ángeles (Mc 8, 38).


Para Él, nada es secreto. Nada hay tan oculto que no haya de ser descubierto o tan escondido que no haya de ser conocido (Lc 12, 2). Es Él quien ve más allá de nuestro cuerpo y nuestras palabras, es Él quien ve corazones y conoce nuestras verdaderas intenciones, es por ello que a la hora del juicio final muchos caerán y el Hijo del hombre intercederá para la salvación de quien por Él hayan dado su vida.

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